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Amnistía: nueva anatomía de un instante


Leí a Javier Cercas en una tribuna reciente que no habrá amnistía.

Desgranaba en ella las razones de índole moral que la

descalificarían, por cuanto sería una deslegitimación de nuestra

democracia como un Estado de derecho. Y las razones pragmáticas,

que ni siquiera serían tales, en la medida en que la amnistía no

resolvería el problema catalán, sino que lo exacerbaría o enquistaría.

Me quedó resonando internamente una de sus frases finales: Me

niego a creer que el presidente Sánchez cometerá semejante

desatino. La psiquiatra de la sospecha que llevo dentro recordó que

la negación es el mecanismo de defensa que consiste en enfrentar

los conflictos negando su existencia o su importancia, rechazando la

realidad por desagradable o dolorosa.


Le seguía en su tribuna un exhorto conminatorio entre la súplica y el

ultimátum, al modo de un barón de Munchausen por poderes que

tirara de los pelos del presidente hacia arriba para sacarlo del barro

exculpándolo del maquiavelismo de asesores áulicos que le susurran

al oído que siga adelante. Culminaba con un recordatorio último de que para cualquier político de verdad es más importante el futuro de la democracia que el

presente del poder. En esas mi asociación libre de pensamiento

abandonó a Freud para acordarse de Weber y su clásica distinción

entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. En su

legendaria conferencia La política como profesión abordó el sentido

moral de esa vocación, del que vive para ella y no sólo de ella.

Confieso que siempre me sentí más atraída por las éticas de la

responsabilidad persuadida, y sobre aviso de los extravíos

maximalistas de la convicción y sus derivas fanáticas de diestra y

siniestra de hunos y hotros. Aun siendo consciente de las coartadas

de pragmatismo cínico que se han esgrimido muchas veces en

nombre de la responsabilidad.

Volví a la fuente del mundo de ayer sabedora de que Weber nunca

las planteó en términos disyuntivos sino complementarios. Él

escribía:La pasión no convierte a un hombre en político si no está al

servicio de una causa y no hace de la responsabilidad con respecto a

esa causa la estrella que oriente su acción.

Más allá de la teoría, algo fallaba para que la analogía funcionara en

este caso. No parecía ser un exceso de convicción o responsabilidad

la causa de los males de nuestro escenario político, en dónde los

cambios de opinión ilustran demasiadas veces la escasa vigencia de

las palabras obsoletas antes de ser terminadas de pronunciar. Se

trataba más bien de una ausencia de ambas, convicción y

responsabilidad, en un estado invertebrado de las cosas incompatible

con avanzar juntos.

Y es que el que nunca cambia de opinión adolece de fanatismo, y el

que no deja de hacerlo ejerce el oportunismo.

Pero me había olvidado de una tercera cualidad, que el sociólogo

alemán consideraba decisiva en el político diferenciándolo del

demagogo vanidoso y vacuo, del político de poder más pendiente del

efecto que causa que de las consecuencias de sus actos inanes. La

mesura o sentido de la medida.

Quizá ahí estaba la clave, concluí releyéndolo. Una de las obsesiones

en la literatura de Cercas, que frecuento con fruición, es la figura del

héroe. Anatomía de un instante es probablemente la crónica más

brillante y desmitificadora de la Transición en el momento fundacional

del golpe de estado del 23-F. Los tres hombres que lo protagonizan

quedan retratados para la historia en la desnudez de un gesto de

dignidad que probablemente los define y redime de toda una

trayectoria previa de complejidad moral: Suárez, Gutiérrez Mellado y

Santiago Carrillo.

Los tres son héroes de la retirada y hacedores de una destrucción

creativa que propicia la Transición desde un círculo vicioso a un

círculo virtuoso, aquel que explica en nuestro caso al menos hasta

hoy parafraseando a Acemoglu y Robinson, por qué no fracasan los

países.

Los tres representan en aquel momento la síntesis perfecta de

convicción, responsabilidad y mesura. Los tres se traicionan en

nombre de una lealtad a algo superior que los transciende. A veces la

persona que nadie imagina hace lo inimaginable, como decía Alan

Turing. Los tres cambian de opinión, pero lo hacen en un ejercicio de

autenticidad. A los tres ello les cuesta el poder en favor de un proceso

constituyente de éxito, simétrico y antitético del actual de vocación

destituyente y fallida trufada de narcisismo. Ninguno de ellos hace el

cálculo de los hunos y los hotros en las dinámicas de la teoría de

juegos de suma cero que caracterizan la actualidad. El pasado nos condiciona, pero no nos determina. Al presidente del Gobierno tampoco.

No deconstruyen como si no hubiera un mañana en una enmienda a

la totalidad de adanismo inveterado. Están construyendo algo

mucho más importante, un nosotros proyectado al futuro muy

consciente del pasado, con coherencia, consistencia y persistencia.

Llega un momento en los proyectos existenciales maduros en que

uno deja de definirse contra alguien para hacerlo por alguien o para

alguien, de la oposición a la proposición. Algo sobre todo deseable si

se llega al Gobierno.

El arte de lo posible, la Realpolitik, la adaptación de las convicciones

a lo que tiene éxito o promete tenerlo, termina por encontrar su límite

cuando lo ha sobrepasado, como en el procés. El manual de

resistencia debería hallarlo antes.

No todo lo posible es deseable. Por deformación profesional sé,

como escribía Jung refiriéndose a la realidad, que lo que niegas te

somete y lo que aceptas te transforma. Y es que el hombre que se

miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega un punto en que

no puede distinguir la verdad dentro de él y pierde todo el respeto por

sí y por los demás, que escribía Dostoievski.

A veces hay que resignificar la resistencia. Es el único camino.

No vale el inauténtico marchemos todos juntos por la senda

constitucional, y yo el primero; del monarca felón decimonónico de

triste recuerdo. Los psiquiatras sabemos que carácter es destino.

Pero también sabemos que el destino no está escrito. Y trabajamos

en la ventana de oportunidad que habita esa paradoja, la de que el

pasado nos condiciona, pero no nos determina.

Al presidente del Gobierno tampoco. La anatomía de este preciso

instante está pendiente de ser escrita. Solo precisa de un gesto

digno, la vida real de un hecho. Aún está abierta la forma en que

pasará a la historia o no, ese momento de entrelazamiento cuántico,

como un Match Point de justicia y azar.

Toda realidad ignorada prepara su venganza, avisaba Ortega. Ojalá

Cercas llevara razón y pudiera novelar este instante. Yo suspendería

con gusto mi incredulidad.


*** Mercedes Navío es psiquiatra y gerente asistencial de Hospitales

del Servicio Madrileño de Salud.

Artículo publicado el el Diario El Español el 1 de Octubre de 2023


https://www.elespanol.com/opinion/tribunas/20231002/amnistia-nueva-anatomia-instante/798790119_12.html

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